En una brillante tarde de
otoño, nos recibió Celedonio Lohidoy en su taller ubicado sobre la calle Uruguay al 1223. Decorador, arquitecto, artista y diseñador de accesorios, cuyas piezas
toman el encanto del mundo natural como referente de inspiración, faceta que
profundizaremos en esta entrevista. De apariencia frágil y gestos delicados, este artesano de lo material nos comparte su visión
poética y humana acerca de su trabajo y la cotidianidad de la vida.
Por: Sasha Santamaría
Fotografía: Juan Pablo
Alvarez
Es
evidente que cuando una persona entra en contacto íntimo con su imaginario
interior, este se manifiesta a través de múltiples formas de belleza, y son
estas expresiones genuinas las que logran trastocar los sentidos. El don de la
estética. Resulta curioso como nuestras experiencias de infancia ayudan a
forjar nuestra sensibilidad. En el caso de Celedonio Lohidoy, nacido el 6
noviembre de 1966; la ciudad de Azul, ubicada en el centro de la provincia de
Buenos Aires, lugar donde vio la luz y vivió sus cortos primeros años, fue el
centro de formación donde en contacto pleno con la naturaleza, los deleites que
esta le prodigaba y sorprendido por sus pequeños misterios curiosos: “el sonido
del viento a través de las hojas, los animales, las nubes, las manchas de
humedad, los bichitos que caminaban entre las baldosas…”, todas estas situaciones
ayudaron a cincelar su cosmovisión etérea, materializada a través de todos los
objetos que construye hábilmente con sus manos, aunque, afirma, fue una niñez
bastante solitaria. “Era como que me resultaba muy difícil poder comunicar, contar,
o demostrar lo que sentía o lo que veía, entonces por eso utilicé la materia
como elemento de comunicación y de expresión”.
De
pronto, sus padres debieron emprender una mudanza junto con sus cinco hijos (él
es el penúltimo) hacia la localidad de Tapalqué, por mandato de su abuelo
paterno para administrar un negocio de venta de vacas de su propiedad, siendo
este el lugar donde Celedonio pasaría el resto de su infancia. A
los quince años, motivado por su anhelo de realizar estudios en arquitectura,
decidió cambiar el entorno arbolado de Tapalqué por el semblante grisáceo de la
gran ciudad. “Era chico de verdad y
lo bueno que estuvo era que no tenía conciencia de lo que me esperaba, pero
tenía la necesidad de venir y vine, no podría decir que haya sido una voz
literal pero es una voz del alma te dice que lo hagas lo hacés, uno tiene que
luchar por lo que cree, uno tiene que luchar por sus ideales, luchar por sus
emociones.”
Leal
a sus motivaciones, viajó hacia Buenos Aires donde concluyó sus estudios
secundarios para luego consumar sus estudios de arquitectura en la Universidad
de Belgrano, siendo esta su formación académica desde el punto de vista
tradicional, y declara: “creo que todo en la vida es una formación académica,
no creo que el hecho de asistir a una universidad te dé más crédito que el
hecho de haber trabajado toda tu vida como artesano. Mi formación académica
creo que empezó el día que nací y empecé a percibir el mundo a mi alrededor, me
gustan mucho los jardines, me gusta el hecho de poder modificar mi entorno, soy
carpintero también me gusta el hecho de poder trabajar con las manos y poder
comunicar a través de las manos, pero yo creo que uno es una sumatoria de
cosas, uno se va formando académicamente hasta el día en que muere.”
Universo Celedonio
Se
describe así mismo como “una sumatoria de sensaciones y emociones, como un
collage que se va adaptando a diferentes momentos y va creciendo, evolucionando”,
y es justo gracias a una de estas experiencias que pudo experimentar en su solitaria
infancia, permitió revelar su afinidad por la materia, despertando su habilidad
para modificarla y convertirla en objetos colmados de belleza. “De niño cuando
alguien en mi casa pelaba una cebolla yo miraba la luz a través de la cáscara
de la cebolla, esa fue la primera vez donde tomé consciencia de como un
material podía demostrar o comunicar tanto, las nervaduras de una cáscara, el
color, la difusión de la luz, las sensaciones que producía en mi algo tan
etéreo, esa fue la primera vez que tuve consciencia de mi entorno de cómo podía
ser modificado y podía ser comunicativo”, satisfaciendo su necesidad de
expresión a través de lo ornamental, lo decorativo, lo que se nos presenta ante
nuestros ojos sin pretensión alguna de resolver algo, como un bálsamo para el
alma, que permite que la experiencia de vivir se convierta en algo bello, al
menos por un momento, para robarnos un suspiro, una sonrisa, haciéndose un
espacio en nuestro registro sensorial.
Por mencionar algunos de sus trabajos (según biografía publicada en su página web), Celedonio tuvo la oportunidad de desarrollar líneas de accesorios
para casas de moda como Kenzo de París, Emmanuel Húngaro, De Padova Milán, Saks
New York, joyería para la serie “Sexo en la Ciudad”, entre otros encargos. Acerca de estas experiencias expresa: “una marca
internacional es lo mismo que una marca nacional o es lo mismo que una persona
en sí misma, no considero que una marca internacional modifique mi visión, si
puede modificarla a nivel profesional, a nivel empresa, a nivel institución,
pero no a nivel persona, de mi alma. El trabajar con marcas internacionales es
muy similar con marcas nacionales o un cliente común. Si es verdad que el hecho
de que si el mundo te mira o si triunfas afuera triunfas acá, pero no
necesariamente tiene que ser lo que haya influido en la vida. Uno tiene que
tener una identidad propia, un profesionalismo, una palabra, tienes que ser
idóneo y dar lo mejor que puedas de vos mismo, no tienes que ser necio ni
soberbio pero también tienes que ser fiel a vos mismo”.
Su
proceso de diseñar consiste en un diálogo interno donde las voces protagonistas
son sus emociones y la intuición de su corazón. “Diseño lo que a mí me va
surgiendo y lo que se me va ocurriendo no
sigo una tendencia, no tengo un punto hacia dónde dirigirme, no creo tanto en
eso, más en lo que mi corazón me dice, por eso he creado una identidad propia y
muy fácilmente identificable cómo la puede crear cualquier persona, pero si es
identificable y propia porque nace de mí”.
El
detalle que imprime distinción a su trabajo son los materiales que utiliza para
sus piezas, algunos mayormente encontrados dentro de espacios naturales en su etapa
final, hojas e insectos tostados por el sol o casi difuminados por el ineludible
paso del tiempo, los cuales conserva en cajas, muchas veces por años, a los que
vuelve a redescubrir al momento de utilizarlos. Flores, hojas, escarabajos,
arañas y mariposas son las formas que constituyen este imaginario orfebre, predispuestas
a ser materializadas con cristales y coloridas piedras, devenidas en accesorios
como aros, collares, broches, anillos, vinchas, siendo cada una de ellas
creación única e irrepetible, como una forma de celebración, actitud de protección
y valoración al trabajo artesanal, apartándose así de las dinámicas de
producción masivas.
Entre
sus proyectos actuales, figura su afán de convertir la marca Celedonio en un
estilo de vida, abarcando espacios interiores, incluyendo diversos objetos como
“joyas más para la casa para ser usables a nivel de arquitectura y decoración”.
En cuanto a su faceta de arquitecto, indica que únicamente trabaja una casa por
año, pudiendo dedicarle el tiempo necesario que amerite el proyecto escogido.
Con
un matiz de voz épico, relata que la felicidad es su filosofía de vida y de
trabajo, que aparte de la naturaleza, las personas que tienen valores son
merecedoras de su inspiración, que admira la bondad, los ideales, que lo
conmueve la luna, el sol, la fragilidad, el crepitar de una fogata, que le
incomoda la falta de valores y el no respeto, que su idea era crear un universo
en el cual le den ganas de vivir, “poder como modificar ciertas cosas o aristas
y hacerlas más agradables o menos puntiagudas”.
Estas
palabras me remiten a una entrevista que me resulta bastante tierna e
inspiradora (pueden verla aquí: https://www.youtube.com/watch?v=FQMTLMKN-BM),
en el cual el director creativo de Lanvin, Alber Elbaz, manifiesta que “creamos
lo que somos”.
Apoyándome
en esta declaración, puedo afirmar que todo lo que creamos es genuino reflejo
de nuestra sanidad interior.
En
el caso de Celedonio Lohidoy, existe una coherencia plena entre lo que hace y
lo que predica, armonía que se espeja en cada una de sus mágicas piezas, cualidad
inefable de lo que se hace con dedicación, entrega y cariño. Y para deleite de
quiénes podemos apreciarlas, es una gran alegría y alivio que existan.