La vida está hecha de momentos, muchos
de ellos verdaderamente especiales que ameritan vestidos memorables, pero ¿qué
hay de esos momentos en dónde priman sentimientos amorosos? El primer paseo, la
primera cena, son situaciones donde nuestra feminidad en su faceta más coqueta
se hace evidente. El ritual de adornarnos, de elegir lo mejor, lo que nos haga
sentir cómodas y realce nuestro espíritu. Nos vemos frente al espejo, un poco
de maquillaje, arreglamos nuestro cabello, algo de perfume y estamos listas
para el romance.
Es interesante como estas
pequeñas elecciones definen quiénes somos y cuáles son nuestros objetivos e
intenciones, y, al mismo tiempo, por medio de estos signos, la persona que
tendremos al frente puede llegar a formar una lectura rápida sobre nosotros. Es
por ello que las decisiones que tomamos al momento de vestir, deben ser
coherentes con lo que somos y lo que queremos ser, siendo conscientes de
nuestro cuerpo, respetándolo y honrándolo.
Saber vestirse es una habilidad
que demanda un sentido agudo sobre lo armonioso y lo práctico, y dentro de un
contexto romántico, debe complementarse con maneras muy sutiles, expresadas a
través de nuestra ropa. Antes de preparar nuestros ensambles, debemos saber que
los recursos que nos ofrece la moda (tejidos, siluetas, textura, color)
ayudarán a potenciar este mensaje, acorde con nuestra feminidad.
Tejidos especiales
Los tejidos de tacto suave y caída
ligera como el chiffon y la seda, evocan romanticismo y delicadeza, junto con el encaje, las estampas florales y
de puntos. Materializados en faldas o vestidos dan una impresión etérea, gracias
a su liviandad y las ondas que se generan con el viento. Para lograr este
encantador efecto, debemos procurar que la silueta que dibuja nuestras prendas sea amplia, acompañe la forma
de nuestro cuerpo y no lo oprima. Tejidos como lino, algodón o gabardina resultan
inapropiados. Reservarlos para el ámbito
ejecutivo.
Colores acogedores
Una de las características de los
colores son las vibraciones que emiten y el efecto que producen en nuestro
ánimo. Para que nuestro acompañante se sienta cómodo en nuestra presencia, los
tonos suaves y neutros crearán un halo de cadencia a nuestro alrededor.
Tonos pasteles y empolvados aportan
luz y evocan dulzura, al igual que el
rosa (en tonalidades apagadas) sugiere calma, feminidad y tranquilidad.
El azul transmite compromiso y
confianza, en sus variantes más oscuras como el azul marino, comunica respeto,
y el azul noche elegancia y misterio. La gama de los verdes claros nos remite a
la frescura de la naturaleza, su calma y su sabiduría. El blanco con su luz,
proclama naturalidad y pureza, y el negro poder y autoridad.
Colores estridentes de alta
vibración cromática como el rojo, amarillo y neones se deben evitar en las primeras
salidas, resultan intimidantes y visualmente agotadores.
Confortable interior
La clave para que nuestro
ensamble elegido se vea impecable, es que la ropa interior que elijamos se
mimetice con nuestra ropa exterior. Las prendas superiores (sostenes y tops)
deben proveer el soporte justo, acorde con el tamaño del busto. Debemos cuidar
que los tirantes no queden a la vista y no ajusten demasiado, pues generarán excesos
de piel, incluso en personas de contextura delgada. Las prendas inferiores no
deben marcarse sobre las prendas. Si utilizamos vestidos o blusas de
transparencia, la ropa interior de color crudo o piel se transparenta menos que
la de color blanco. La ropa interior, como
tal, debe permanecer en el interior.
Accesorios poderosos
Las joyas más bellas se hicieron para
la noche. Si las nuestras son de un tamaño considerable, reservarlas para un
evento glamoroso. En esta escena, nosotras somos las protagonistas. Aretes de
delicadas perlas o provistos de un brillo tenue aportarán una suave luz a
nuestro rostro. En cuanto al calzado, si la idea es una caminata luego de la
cena, debemos escoger unas sandalias de tacón cómodo y pequeño, o, ¿por qué no
decantarnos por unas lindas ballerinas?
El mundo de lo femenino nos
provee de estas herramientas que nos permiten resaltar con exquisitez nuestras
diversas vistosidades, pero, estos son solo recursos materiales, que no llegan
a remplazar lo verdaderamente importante: que no hay nada más seductor que una
mujer que se ama a sí misma.
*Este texto fue escrito para Revista Mariela de Ecuador