La historia de un pueblo puede
revelarse a través de su indumentaria. El poncho, nos cuenta un relato de
protección, de refugio, de cobijo y acompañamiento ante el susurro gélido de
los ásperos parajes andinos.
Un rectángulo de líneas sencillas, trabajado en
telares ancestrales, tejido por lanas de camélidos propios de estos paisajes,
la prenda emblema del folclore latinoamericano, ha logrado transcender su
carácter tradicional para transformarse en una prenda de moda. Durante la
agitada década del sesenta, la diseñadora estadounidense Bonnie Cashin,
popularizó esta prenda cuando la incorporó en una de sus colecciones, coincidiendo
con el ánimo contracultural de la época, que abrazaba elementos de culturas
lejanas.
Hace algunos meses, Christopher Bailey, director creativo de la marca
Burberry, propuso el poncho como ítem deseable para este invierno. Elaborados en
diversos motivos, de impronta étnica, cuadros, tartanes o arabescos, con
detalles de flecos, aberturas frontales, laterales o con capucha, pueden usarse
con jeans pitillo, leggins y botas para ensambles invernales, o de encaje o
macramé para climas cálidos.
En nuestro país, la marca Olga Fisch los elabora
con la técnica pre-colombina de amarre y teñido denominada ikat, colmados del
colorido exótico de nuestra naturaleza serrana, conjugan armoniosamente tradición
y contemporaneidad.
*Texto escrito para Revista Dominguero de Diario Extra de Ecuador
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