Desentrañamos el lado negativo que esconden algunas prácticas consideradas éticas y ecológicas.
Por: Sasha Santamaría (Consultora de moda)
Crédito: GQ Magazine.
El gran anhelo de la industria de la moda en la actualidad es lograr ser lo más ética y ecológica posible. Al menos, ese es el discurso que transmiten múltiples voces y actores que la conforman. Sin embargo, en su andar por este camino, prácticas como el greenwashing o el falso sentido de responsabilidad social (socialwashing) hacen que su esfuerzo pierda credibilidad. El planteamiento romantizado de la sostenibilidad ha logrado que este concepto -en parte- sea abordado de manera superficial, reducido en frases como “la moda sostenible va a salvar el planeta” o “es la solución a la contaminación ambiental”. Los hechos señalan que la realidad invalida esta retórica.
Sin bien es cierto, son aplaudibles las innovaciones que desde el sector textil se han generado a favor del cuidado ambiental, en algunos casos, contradicen aquella responsabilidad social y ecológica que dicen resguardar. Por este motivo, resulta apremiante poner bajo la lupa ciertas prácticas, con el propósito de generar cuestionamientos que permitan mejorar y visualizar alternativas que realmente cumplan con la consigna de la sostenibilidad abarcando sus tres aristas: ambiental, económica y social (si es esto realmente posible). Las siguientes anotaciones permiten desentrañar ciertas acciones que la moda promociona como parte de su estrategia eco-responsable:
Cuidado ambiental sin cuidado humano
Muchas de las marcas han venido concentrando sus esfuerzos en desarrollar opciones textiles que sean amigables con el ambiente, procurando que estas no produzcan algún tipo de contaminación o, por ejemplo, que el cultivo de sus materias primas no amerite un gasto excesivo de agua o involucren pesticidas, y así es como acreditan su cumplimiento con la naturaleza. Aquí cabe recordar que un compromiso verdaderamente sostenible implica, de igual manera, el cuidado al componente humano. Una prenda no puede considerarse ética si en su proceso se ha violentado la dignidad del trabajador que la ha confeccionado. Por más que su etiqueta verde pregone “100% ecológico”, la cadena de la sostenibilidad se rompe cuando este aspecto se incumple. Y es un secreto a voces que la mayoría de las marcas comparten esta problemática. Ahí la causa del aumento del greenwashing; cuando la explotación laboral es disfrazada de responsabilidad ambiental.
El problema del “cuero vegano”
El cuero vegetal o vegano surge como opción para reemplazar el uso de pieles de procedencia animal (también reconocido como piel falsa, de imitación o polipiel). Lo que ha desatado un debate es su proceso de elaboración, ya que para transformar en “cuero” desechos vegetales como cáscaras de piña o mango o plantas como el nopal, se incluyen químicos derivados del petróleo, y compuestos de poliuretano o PVC (cloruro de polivinilo), lo que resulta en plástico que, posteriormente, será difícil de degradar y compostar, incumpliendo así la consigna sostenible que señala que un insumo al finalizar su ciclo de vida, no debe significar una amenaza contaminante para el ambiente. Aquí vale poner en balanza: ¿Qué opción es menos nociva para la naturaleza? El aprovechamiento de un desperdicio generado como subproducto de la industria alimenticia (piel) y que garantiza una mayor durabilidad o, apostar por una alternativa sintética que conlleva un riesgo de contaminación pero que, en su proceso, no ha perjudicado a ningún animal.
La trampa de la ropa usada
La adquisición de ropa de segunda mano (o alquilada) se ha instaurado como el ejercicio de consumo de moda más popular durante estos últimos meses. Acudir a una tienda de este rubro para darle una nueva oportunidad a prendas que anteriormente hicieron parte del clóset de alguien más, es el nuevo “deber ser” en la moda, ya que es considerada como una solución para hacer frente a la contaminación causada por la sobreproducción y desecho de ropa. Aunque las intenciones son loables, un estudio reciente señala que la dinámica de ropa por alquiler resulta, incluso, más perjudicial que comprar un ítem nuevo, debido al proceso de lavado (gasto de agua), secado (gasto de energía) y contaminación por movilización producida por los usuarios cada vez que las prendas son alquiladas.
A su vez, el entusiasmo por comprar prendas que ya existen tampoco es garantía de que el consumo de ropa haya decrecido o esté concientizado, puesto que los #hauls de #thrifting que abundan en YouTube y TikTok, más bien indican que las ansías por tener algo nuevo que vestir (aunque esté previamente usado) no han decaído. Entonces, vale preguntar si esta práctica de consumo de moda está impulsada por un sentido genuino de compra consciente o, simplemente, está guiada bajo el impulso incontenible que produce adquirir gran cantidad a bajo precio.
Estos escenarios son un indicativo de que en el diálogo entre moda y sostenibilidad no hay nada escrito y no tienen cabida afirmaciones absolutas como “100% ecológico” o “100% ecoamigable”, cuando la sostenibilidad en si en un concepto que se encuentra en constante evolución y construcción, y que la industria textil está proporcionando respuestas en un contexto de prueba y error. Por esto, es imperativo no caer en la elaboración de discursos demagógicos que prometan falsas esperanzas de “salvación”, puesto que resulta deshonesto con el consumidor.
También, vale señalar que, aunque la moda demuestre intenciones de mermar sus efectos negativos, debemos ser realistas y pensar si verdaderamente es posible establecer un proceso de producción ético y justo en todos los sentidos, bajo la sombra del sistema capitalista que basa su accionar en la explotación para producir a toda costa.
Sin embargo, dicen, la responsabilidad es del consumidor, al que se le ha adjudicado el peso de una problemática que se le escapa de las manos. No podemos seguir culpabilizándonos entre nosotros, cuando los reclamos deben ser direccionados a los gobiernos, quienes deberían encargarse de decretar políticas que fiscalicen a las empresas y que estas, en consecuencia, nos garanticen productos que sean dignos de nuestro consumo; que el acceso a indumentaria de calidad sea un asunto de estado, un derecho al igual que la salud, la vivienda y la educación. ¿Utopía o posibilidad?
*Publicado en Revista COSAS Ecuador
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